Zaratustra González abrió repentinamente los ojos, su cara irradiaba algo así como la consecución de lo incognoscible, como el hallazgo de un eslabón pérdido de la trascendencia. Ese despertar impetuoso devino en una vorágine de emociones y sentimientos inefables que no le dejaron otra opción que convocar a una asamblea extraordinaria de notables del club.
El egregio vocero encaramose en la roca ceremonial frente a los principales esotéricos, espiritistas, místicos, ocultistas, excéntricos, sarcásticos, teleólogos y teósofos del club. Con un eufórico semblante y bajo la tenue luz del amanecer acució a sus oyentes con un mensaje sucinto: “Para definir el futuro del club, es menester descifrar nuestro presente”. Los convocados, algo confundidos, cerraron los ojos como si las palabras de González hubiesen invocado una fuerza primigenia que dormía en el interior de cada uno.
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Bajando parsimoniosamente de la roca, Zaratustra González agregó: “Oh, hijos de Emaneo Sananay, el pasado ya está en manos de nuestros arqueólogos que desentierran más que objetos; rescatan gestos, símbolos y ritmos olvidados. Nuestros filólogos, con una paciencia que desafía a la eternidad, no solo descifran palabras olvidadas bajo la tierra, sino también bajo el peso de la indiferencia. Y nuestros hermenéuticos... ellos son los que miran al abismo del significado y lo transmutan en faros de comprensión ¡Porque lo que buscamos no es simplemente restaurar el pasado! ¡No! Lo que queremos es escuchar lo que ese pasado quiso decirnos, lo que quiere decirnos ahora, aquí, en este preciso instante."
Sin más que declarar, el excelso dirigente se retiró al sombrío y húmedo bosque de sacros coigües.
El presente del club, siempre difuso como un sueño fragmentado, era un terreno movedizo entre lo tangible y lo abstracto. Emaneo Sananay no era únicamente una institución deportiva, ni tampoco un refugio espiritual: era ambas cosas y, al mismo tiempo, ninguna de ellas. En su sueño, Zaratustra había descubierto que el presente solamente es un punto donde las sombras del pasado musitan al oído del porvenir.
El silencio ensordecedor de los asistentes aparentó durar una eternidad efímera. Luego, el conjunto espabiló. Los místicos y ocultistas asintieron en silencio mientras los espiritistas cerraron los ojos intentando captar mensajes de entidades ancestrales. Los excéntricos y sarcásticos se miraron con sonrisas cómplices, sabiendo que el presente del club no podía definirse sin ironía y respondieron con una explosión de manifestaciones absurdas e hilarantes que llamaban a revelarse sobre lo que ellos denominaron como la “tiranía de la trascendencia”, retozando alrededor de la roca sagrada, todo esto con la anuencia de los demás dirigentes. Después de todo, lograron algo inesperado: crear un espacio donde el pasado, el presente y el futuro del club se entrelazaron en un caótico pero potente acto de afirmación colectiva. Sus gestos, a menudo contradictorios, terminaron por reflejar la esencia misma de Emaneo Sananay: un lugar donde lo absurdo, lo trascendental y lo profundamente humano convergen.
Sin embargo, el único solipsista del club, Narciso Solís, apartado del bullicio y los cánticos absurdos, se cuestionaba en voz baja, como si hablara solo… o tal vez lo hacía: "¿Es este jolgorio real? ¿Acaso son estas risas ecos de mi mente? Si todo esto es una proyección de mi conciencia, entonces... ¿quién soy yo en este lugar? ¿Soy Zaratustra en la roca? ¿Soy los excéntricos bailando a la intrascendencia? ¿O acaso soy la roca inmutable o el bosque observador?.”
Mientras los demás festejaban y se dejaban llevar por la algarabía, Narciso Solís continuaba su monólogo interno, cuestionando incluso si el sonido de las risas era real o si simplemente era un eco síntoma de la locura. “¿Y si todo este club no es más que una metáfora de mi mente, un escenario donde dirigentes imaginarios representan mis dudas, mis anhelos, mis contradicciones?.”
Narciso Solís, durante la reunión, en alguna parte de un bosque indeterminado. |